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Aunque el nombre suena a película de zombis, El Día de los Muertos es la fiesta nacional más icónicamente mediática de México, la que da al país una de sus imágenes más conocidas en el ámbito mundial y la que mejor define la idiosincrasia de sus costumbres. Se celebra este fin de semana, con al paso de octubre a noviembre y dura dos días. Día de los Muertos

Orígenes del Día de los Muertos

En realidad, el Día de los Muertos no es algo exclusivamente mexicano sino que se celebra también en toda América Central e incluso en Estados Unidos, por la influencia de sus inmigrantes hispanos y las características tan populares que reviste, que la globalización se encarga de difundir y extender. Ahora bien, si hay un sitio indicado para vivir la fiesta es México, muy especialmente en el sur. Dichas características son fácilmente reconocibles. Durante todo el fin de semana habrá cráneos y esqueletos por todas partes: en disfraces, decorando escaparates, en adornos de mesa, en publicaciones... A ello hay que añadir la elaboración de dulces típicos con formas similares, como las calaveras de azucaradas, el pan de muerto y un sinfín de variedades más, así como la composición de versos satíricos de denominación relacionada: las calaveritas. La famosa Catrina, personaje a medio camino entre lo tétrico y lo caricaturesco creado por el dibujante José Guadalupe Posada y bautizada así por el célebre artista Diego Rivera (originalmente se llamaba Calavera Garbancera), es una de las grandes protagonistas. Más auténtica, en todo caso, que la tradición importada de Halloween y el salir a pedir caramelos con el "truco o trato" anglosajón, aunque adaptado bajo la fórmula de "pedir muertos". Claro que para hablar de autenticidad conviene fijarse más bien en costumbres bastante generalizadas, caso del altar de muertos, pequeña ara doméstica que se levanta en cada hogar para recordar a familiares fallecidos y se decora con flores (sobre todo el cempazúchitl), velas, fotos, estampas religiosas, cruces, calabazas, comida y muchas cosas más. Más sorprendente es ver cómo la gente acude al cementerio a compartir viandas y bebida con los espíritus, dejando sobre las lápidas ofrendas en forma de coronas florales, tabaco, licores, etc. Los camposantos se convierten así, día y noche, en improvisados picnics masivos, muy animados además porque hay música y baile entre las tumbas de forma paralela, complementaria de los desfiles callejeros y los mercados agrícolas o artesanos desarrollados ad hoc. Este Día de los Muertos tiene lugar el 2 de noviembre pero viene precedido del 1, Día de los Angelitos, en el que los homenajeados son los fallecidos cuando eran niños. Los altares valen también para ellos pero además se les invita a comer en familia, dejándoles un hueco libre en la mesa. Se trata de revestir de alegría algo que por naturaleza es triste. Y para entenderlo mejor hay que volver atrás en el tiempo, a los tiempos anteriores a la conquista, en los que encontramos ya una festividad que preconiza la actual. Los mayas la llamaban Hanal Pixan (fiesta de las almas) y se hizo común también entre totonacas, purépechas y aztecas. En ella se rendía culto a los dioses de la muerte, Hun-Carné y vucub-Carné, señores de Xibalbá (el más allá). Los aztecas tenían su propia versión con Micthantecuhti y su esposa Mictecacihuatl, señores del Mictlán (aunque según la edad y la forma de fallecer, se podía ir a otros sitios). Los festejos duraban dos meses, el Tlaxochimaco y el Ueymicailhuitl, llegando el momento álgido el equivalente al actual 5 de agosto, celebrado con procesiones, sacrificios y banquetes. Con la llegada de los españoles, el cristianismo desplazó la antigua religión y asimiló buena parte de sus tradiciones de forma sincrética. Es el caso del altar de muertos, que viene de entonces, así como buena parte de la parafernalia visual, especialmente el gusto por las calaveras. La fecha misma fue desplazada en el calendario a finales de octubre-principios de noviembre, para que coincidiera con Todos los Santos y los Fieles Difuntos. El Día de los Muertos es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2003. Si tienes la suerte de poder viajar a México en ese momento del año, vivirás una experiencia realmente singular.
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